Queridos hermanos y hermanas:
Impulsados por el Evangelio de Jesucristo y reconociendo la dignidad inherente de cada individuo como hijo de Dios, nos solidarizamos firmemente con nuestros hermanos y hermanas inmigrantes que viven y trabajan en estos Estados Unidos.
Desde la fundación de nuestra nación, los inmigrantes han sido esenciales para el crecimiento y la prosperidad de esta sociedad. Llegan a nuestras costas como extraños, atraídos por las promesas que ofrece esta tierra y se convierten en estadounidenses. Continúan brindando seguridad alimentaria, servicios de salud y muchas otras habilidades esenciales que apoyan a nuestra próspera nación.
Nuestro país merece un sistema de inmigración que ofrezca caminos justos y generosos hacia la ciudadanía para los inmigrantes que viven y trabajan durante muchos años dentro de nuestras fronteras.
Necesitamos un sistema que brinde alivio permanente para los inmigrantes que llegan en la infancia, que ayude a mantener a familias juntas y que dé la bienvenida a refugiados.
Esperamos que nuestro país pueda desarrollar un sistema de asilo eficaz para aquellos que huyen de la persecución, y un sistema de inmigración que mantenga nuestras fronteras seguras y protegidas, con políticas de aplicación de la ley que se enfoquen en quienes presentan riesgos y peligros a la sociedad, particularmente esfuerzos para disminuir actividad pandillera, frenar el flujo de las drogas y eliminar la trata de personas.
Los EE. UU. debe tener un sistema de inmigración que protege a los migrantes vulnerables y sus familias, muchos de los cuales ya han sido víctimas de delincuentes.
Juntos, debemos hablar en nombre de las “masas apiñadas que quieren respirar en libertad’” y pedir que nuestro gobierno brinde un trato justo y humano a nuestros queridos hermanos y hermanas inmigrantes. Es nuestra esperanza y nuestra oración que todos podamos trabajar juntos para apoyar una reforma significativa a nuestro sistema de inmigración actual.