Aunque actualmente México es conocido como un país predominantemente católico, a finales de la década de 1920 experimentó una tremenda agitación en la que se vio implicada la Iglesia y que desembocó en la Guerra Cristera.
En 1926, el presidente Plutarco Calles promulgó un decreto ejecutivo por el que se aplicaban los artículos laicistas y anticlericales de la Constitución mexicana de 1917. Un artículo concreto, la Ley Calles, limitaba y reprimía a la Iglesia católica, así como a sus organizaciones. Aunque la resistencia a estas nuevas leyes comenzó de forma pacífica, con el tiempo, la violencia y persecución se convirtieron en algo habitual.
Se suspende el culto público. Se prohibió a sacerdotes y religiosos ejercer cualquier tipo de ministerio. Los que estaban asociados a organizaciones católicas eran considerados enemigos del Estado. Los que formaban parte de la resistencia -los que luchaban contra la persecución- eran conocidos como Cristeros, porque invocaban el nombre de Jesucristo al grito de: ¡Viva Cristo Rey!
Salvador Lara Puente, que sólo tenía 21 años cuando fue martirizado, comenzó su vida como seminarista, pero no pudo terminar sus estudios, porque tenía que mantener a su familia. Él vivía su fe cada día. Desempeñó destacados cargos católicos y criticó abiertamente la persecución. Cuando los soldados lo detuvieron por sus asociaciones católicas, él se identificó libremente: "Aquí estoy", se cuenta que dijo, y se dirigió con una sonrisa al lugar donde él y sus compañeros serían fusilados. Se enteraron del fallecimiento de su párroco y rezaron hasta el final.
Salvador y otros 24 mártires de la Guerra Cristera fueron canonizados el 21 de mayo de 2000 por San Juan Pablo II. Se les recuerda individualmente y como grupo. Este sangriento conflicto terminó en 1929 con la ayuda de los esfuerzos diplomáticos estadounidenses, así como con el apoyo financiero y logístico de los Caballeros de Colón.